En una mañana muy pálida de hace varios días descubrimos que el paisaje que nos envuelve diariamente era diferente. Una lluvia de estrellitas transparentes volaba de un lado al otro de la calle, haciendo que las personas apresuraran su paso y buscaran cobijo del frío intenso. Los niños, sin embargo, estaban lanzados en su festival de nieve, sus guerras blancas y su indiferencia al frío. Para ellos era una fiesta mágica a la que habían esperado con ansiedad.
Hubo un cambio de escenografía a nuestro alrededor, los montes se cubrían de un blanco manto con ligerísimos tonos marrones que hacían de repente que esos paisajes se acercaran aún más a nosotros haciéndose notar por su blancura e inmensidad.
Los árboles de ramas desnudas trataban de albergar la nieve como para tomar fuerzas y renacer en la futura primavera y los otros, si los que mantienen la hoja y el follaje seguro tendrían en su regazo a los pequeños pajarillos y sus familias buscando abrigo y seguridad.
Todo el verde que habitualmente vemos estaba cubierto del blanco puro del elemento helado y el río con mucho más caudal que el habitual buscaba velozmente alejarse hacia las zonas bajas, cercanas al mar.
Siento a la naturaleza elaborando su paisaje, protegida por un manto que luego en primavera se abrirá en un abanico de colores proporcionado por la gran variedad de flores y tonos que estallarán al sol. Aparecerán las aves con sus crías ansiosas de crecer y luego volar en soledad.
Y todo, todo volverá a comenzar con el brío furioso de la primavera por venir.
NORA.
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