Sumer estaba
adormilado como a medio camino entre el sueño y la vigilia. Era igual que
dejarse llevar en un bote por los remansos junto a la orilla del río suave y
perezosamente sin preocuparse de si sus pensamientos encallaban y retornaban a
la bruma del sueño o si avanzaban al hilo de la corriente del día, pero en el
ambiente flotaba algo como una sombra, algo indefinido, algo en lo que no era
capaz de pensar, ni en el fondo le preocupaba mucho.
Y aquel soñoliento
discurrir cambió de pronto y se desbocó; sus ideas se dispararon como gatos
asustados por una calleja estrecha. Aquello le gustó: “gatos asustados”, alguna
vez lo usaría como tema de un ejercicio de redacción.
Estaba tumbado
completamente despierto, medio rostro hundido en la almohada, sin decidirse a
abrir los ojos o párpados cerrados.
A veces intentaba
ver algo a través de los párpados, pero no
lo conseguía nunca a menos que hubiera luz fuerte.
Nadia.
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