La historia de estos abuelos seguramente será un argumento más contado en la mayoría de los casos en una época de desarraigo y gran valentía.
Mis abuelos españoles eran de un pequeño pueblo del sur de la península Ibérica, en Cádiz que partieron a la Argentina con una pequeña maleta. En su interior llevaban sueños, ilusiones y mucho miedo. Era viajar de un mundo a otro, eran distintas costumbres y diferentes formas de hablar. Sabían que serían llamados “los gallegos”, mote que daban a todos los españoles, fueran de la región que fueran.
Al llegar divisaron esa inmensa tierra que no terminaba a la vista, era una planicie sin fin. Apretaron los puños, levantaros la cabeza y entre los dos buscaron un lugar donde trabajar esa tierra dura y arisca a la que llegaron a domar con los años.Plantaron su semilla y regalaron al país muchos hijos, los cuales hablaban un español combinación de gaditano y argentino.
Los abuelos no vivieron demasiados años y se fueron de este mundo sin llegar a ser dueños de esa tierra que con tanto esfuerzo trabajaron. El único trocito de tierra propio fue el de su último viaje, el del viaje sin retorno.
Sus hijos prosiguieron la lucha sin desfallecer, adentrándose en el surco dejado por sus padres, uniendo más sus vínculos familiares.
Los otros abuelos, él un italianito que viajó en brazos de su madre en un barco cargado de esperanzas. También viajaban su padre y sus hermanos, todos procedentes de un pequeño pueblo de Sicilia. Todos habían salido de casa con la amargura del desarraigo y la pobreza de aquellos tiempos de guerras y hambre. Se animaron a todo puesto que estaban juntos dándose fuerzas mutuamente y adaptándose a un idioma extraño y tal vez sintiéndose observados como si fueran bichos raros. De todos modos mostraron su capacidad de trabajo y tesón, que tal vez los propios nativos no tenían puesto que no habían sufrido lo que mis abuelos en sus tristes tierras de origen.
Mi abuela criolla, pero con origen en Oriente tenía la fuerza de un volcán para afrontar vicisitudes de todo tipo y sacar una familia adelante, con hijos que debían estudiar para llegar a tener un destino diferente al propio, puesto que ella apenas pudo ir a la escuela. Trabajando de sol a sol, a la par de mi abuelo, llevando ella adelante la bandera de la lucha. Jamás se mostraba cansada y en su cara, que a veces reía con ganas, unos ojos profundos, que hablaban de su origen y nos hacía saber que adivinaba nuestros pensamientos con una sola mirada de sus ojos oscuros. Sus grandes riquezas fueron sus hijos y una pequeña casa que levantaron con sus manos y de la cual se mostraban muy orgullosos.
Esa simiente que ellos introdujeron en nosotros hace que miremos atrás con asombro y gratitud. Sin ellos proponérselos nos dejaron una enseñanza de lucha, unión y perseverancia que debemos mirar como una película de blanco y negro de antaño. Su contenido es el mensaje de una vida interior que aflora en estados límites del ser humano, dándole forma al refrán que dice: “La unión hace la fuerza”.
EN LAS CRECIDAS ROSAS DE TU PROGRESO
HAY UN POCO DE SANGRE DE MIS ABUELOS
QUE LLEGARON SOÑANDO CON EL REGRESO
Y ELIGIERON MORIRSE BAJO TU SUELO. –ELADIA BLÁZQUEZ-
NORA.
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